Después de tres meses de
ausencia por este blog, y con la llegada de septiembre volvemos a retomar
nuevos proyectos y nuevos horizontes.
La llegada de septiembre
supone para muchos, por no decir para la gran mayoría, el inicio de un nuevo
año e incluso de un nuevo ciclo en nuestras vidas. Esos primeros días de
septiembre suponen la oportunidad para plantearse nuevos objetivos, para
desempolvar y dar forma a esos proyectos que imaginamos durante las vacaciones,
la oportunidad de enderezar, replantearnos la marcha del año, de corregir el
rumbo, de darle una nueva oportunidad a nuestros anhelos. En definitiva, que todo
nuevo comienzo supone abrir la puerta a una nueva posibilidad.
Pero esto, no muchas veces
es visto así por algunas personas que, piensan que la suerte de la vida no les
acompaña. Para esas personas que, piensan de esa forma, les dejo aquí una
historia que encontré un día en la red y que he publicado varias veces en el
blog, pero que no me canso de leer y de reflexionar.
Había una vez un hombre que
no tenía suerte. Tan cansado estaba de arrastrar su mala fortuna que un día
decidió salir en busca del mismísimo Dios para preguntarle el motivo de su mala
fortuna. Caminó y caminó durante varios días hasta que finalmente llegó hasta
la orilla de un río. Allí, tumbado junto a sus aguas, vio a un lobo que se
encontraba extremadamente delgado y sin fuerzas. Cuando el lobo vio acercarse
al hombre le preguntó:
-Hombre, ¿a dónde vas?
-Voy en busca de Dios para
preguntarle el motivo de mi mala suerte- contestó el hombre.
-Hombre- dijo el lobo- si
encuentras a Dios, ¿puedes preguntarle por qué estoy tan débil y delgado y qué
puedo hacer para remediarlo?
-Sí, si encuentro a Dios se
lo preguntaré, no te preocupes- contestó el hombre y siguió caminando.
Caminó y caminó hasta llegar
junto a un inmenso árbol que había perdido todas sus hojas. Cuando el hombre
pasó junto al árbol este le dijo:
-Hombre, ¿a dónde vas?
-Bueno… voy a buscar a Dios
para preguntarle el motivo de mi mala suerte.
-Ah por favor, si
encontrarás a Dios, ¿podrías preguntarle por qué estoy tan enfermo y qué puedo
hacer?- dijo el árbol con voz cansada.
-Pierde cuidado, si lo
encuentro se lo preguntaré.
El hombre reemprendió su
camino hasta que, ya anocheciendo llegó a una preciosa casa rodeada de un
cuidado jardín. De la casa salió una bellísima mujer que se dirigió al
caminante:
-Hombre- dijo suspirando- ¿a
dónde vas?
El hombre volvió a repetir
su respuesta: -Voy a buscar a Dios para preguntar por qué no tengo suerte.
-Vaya, si fueras tan amable,
podrías preguntarle por qué estoy tan triste y sola y qué puedo hacer- pidió la
mujer.
-Por supuesto- contestó el
hombre- cuando lo encuentre se lo preguntaré.
El hombre siguió su camino
durante varios días hasta que finalmente, al dar la vuelta a una esquina,
tropezó de frente con el mismísimo Dios.
-¡Ay!- dijo el hombre- ¡Por
fin os encuentro! Mirad señor, he venido a buscaros porque quiero saber por qué
no tengo suerte.
-Te aseguro que tienes mucha
suerte- le contestó Dios- y qué además tu suerte está ahí fuera, esperándote.
Sólo tienes que estar atento, buscarla y la encontrarás.
- ¿De verdad?- preguntó
incrédulo el hombre- ¿De verdad que voy a tener suerte?
-Te doy mi palabra de que lo
que acabo de decirte es cierto- contestó Dios un tanto ofendido por las dudas.
El hombre se puso tan
contento que salió sin despedirse a encontrarse con su nueva suerte cuando, de
repente, recordó las preguntas del lobo, del árbol y de la bella mujer y volvió
sobre sus pasos para preguntar a Dios. Dios le escuchó y le dio una respuesta
para cada uno. El hombre tras agradecerle su atención, se despidió y salió
corriendo en busca de su fortuna.
Según desandaba el camino el
hombre se esforzó por estar atento para poder encontrar su suerte. Enseguida
llegó hasta la preciosa casa del jardín donde la bella mujer le esperaba en la
entrada. Iba vestida con un escotado vestido que realzaba, aún más, su enorme
belleza.
-Hombre, ¿encontraste
finalmente a Dios?, ¿pudiste hablar con él?
-¡Oh sí!- dijo el hombre con
entusiasmo- encontré a Dios y me dijo que mi suerte está por aquí, que sólo
tengo que estar atento y encontrarla.
- Hombre, ¿le preguntaste a Dios
por qué estoy tan sola y triste y qué puedo hacer?
-¡Ah sí! Dios me dijo que
estás sola y triste porque vives aquí sola, pero que si consigues un amante… ya
nunca más estarás sola y triste.
La mujer dejó caer
sutilmente el tirante de su vestido y susurró con pasión al oído del hombre:
-Hombre, quédate a vivir
conmigo en esta preciosa casa. Disfruta de mi joven y hermoso cuerpo. ¡Sé tú mi
amante!
El hombre quedó boquiabierto
ante tal proposición, incluso le temblaban las rodillas, pero entonces le contestó:
-¡Me encantaría! En realidad
eres la mujer más hermosa que he visto jamás, la amante que siempre soñé pero,
no puedo detenerme ahora. ¿Estoy buscando mi suerte! Está aquí, cerca, en algún
lugar, Dios me lo ha prometido. Lo siento, pero tengo que encontrarla.
Y el hombre continuó su
viaje pensando que si encontraba pronto su suerte volvería para convertirse en
el amante de aquella preciosa mujer. Al poco tiempo llegó junto al viejo árbol.
-Hombre, ¿encontraste a
Dios?
-Sí, lo encontré y, ¿sabes una
cosa? ¡Mi suerte está por aquí, sólo tengo que buscarla y encontrarla!
-¡Oh, cuánto me alegro! –
contestó el árbol. ¿Le preguntaste a Dios por qué estoy tan enfermo?
-Sí, también se lo pregunté.
Dios me dijo que estabas tan enfermo porque enterrado entre tus raíces hay un
inmenso cofre con un tesoro y si encuentras a alguien que lo desentierre tus
hojas volverán a brotar con fuerza.
-Hombre, por favor, coge tú
el tesoro.
-¡Oh árbol cuánto me
gustaría poder ayudarte! Pero no puedo detenerme, ¿entiendes? Estoy buscando mi
suerte, sé que está por aquí cerca. Tengo que ir a buscarla.
El árbol, desesperado,
insistió: - Mira, tienes una pala ahí al lado. Sólo te llevará unos pocos
minutos. ¡Por favor, sácame el tesoro enterrado!
-Lo siento mucho árbol,
tengo que seguir con mi búsqueda, pero no te preocupes, seguro que pronto
pasará alguien que te quiera ayudar- y el hombre siguió su camino.
Llegó hasta el río donde
encontró al lobo aún más débil y delgado que antes.
-Hombre, hombre…
¿encontraste a Dios?
- ¡Oh sí lo encontré! ¿Y
sabes una cosa? Mi suerte está por aquí, sólo tengo que ir a buscarla y
encontrarla.
-Hombre – susurro el hombre
con sus pocas fuerzas- ¿le preguntaste a Dios por qué estoy tan débil y delgado
y qué puedo hacer?
-¡Oh claro!- dijo el hombre
servicial- Dios me dijo que si te comes al primer tonto que pase por aquí
recuperarás tus fuerzas y ya nunca más estará débil y delgado.
El lobo lo miró, reunió las
últimas fuerzas que le quedaban y, de un enorme salto se abalanzó sobre el
hombre y lo devoró.
FELIZ REFLEXIÓN E INICIO DE
TEMPORADA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario