Solemos asociar los cuentos
con fantásticas historias que contamos a nuestros hijos a la hora de
acostarlos, y que esperamos les abran la puerta a un mundo de fantasía y
sueños. Así a través de estas, aparentemente insignificantes historias,
conseguimos crear momentos mágicos de complicidad y cercanía con nuestros
pequeños. Sin embargo existen otros cuentos, otras historias, que más allá de
abrirnos las puertas de los sueños nos despiertan a la vida, nos sacuden la
consciencia y nos invitan a mirarnos por dentro.
Estos cuentos para
despertar, que suelo utilizar a menudo en el blog, son una invitación a
detenerse en el camino, a pensar sobre lo que somos y hacemos y lo que creemos
ser. Una llamada a la necesaria reflexión que nos permite madurar, crecer
interiormente y sentir más coherencia entre nuestros valores, pensamientos y
acciones. Esta reflexión se hace más imprescindible si cabe cuando hablamos de
educación. La transcendental influencia que como educadores ejercemos sobre
nuestros alumnos o hijos nos obliga a comprometernos en ese proceso de mejora
constante.
Recientemente publiqué un
cuento para despertar a los profesores, adaptando una historia de Elizabeth
Silance Ballard, que rápidamente se convirtió en la entrada más visitada del
blog. Hace algunos meses ya había publicado un cuento para despertar a los
alumnos y, como la serie estaba incompleta, hoy el cuento lo dedico a la
tercera pata de la mesa educativa: los padres. El cuento dice así…
Un joven matrimonio entró en
uno de las mejores tiendas de juguetes de la ciudad. Los dos estaban
entretenidos mirando, sin prisas, todos los juegos y juguetes apilados en las
estanterías. Había muñecas que lloraban y reían, juegos electrónicos,
construcciones, peluches gigantes, instrumentos musicales… pero no acababan de
decidirse. Al acercarse la dependienta, la esposa le preguntó:
-Perdone señorita, tenemos
una niña pequeña, pero estamos casi todo el día fuera de casa y, a veces
incluso hasta de noche.
-Es una cría que apenas
sonríe – añade el marido.
-Quisiéramos comprarle algo
que la hiciera feliz – añade la esposa – algo que le diera alegría aun cuando
no podamos estar más tiempo con ella.
-Lo siento- sonrió la
dependienta- pero aquí no vendemos padres.
La mariposa y el Elefante
No hay comentarios:
Publicar un comentario