Llama la atención que en
todos los centros educativos aparezca como objetivo la educación
"integral" del alumnado y que estas palabras no plasmen la
realidad, ya que en muchos colegios se ocupan más del desarrollo de la
dimensión cognitiva del alumno y poco o nada de su dimensión emocional. Una
buena educación no consiste sólo en tener normas de conducta adecuadas, sino
también en saber reflexionar, tomar decisiones, emitir juicios, expresar
las emociones de forma adecuada, ser empático, trabajar en equipo, ser creativo
y actuar de forma responsable.
Por eso, aunque las
emociones están impresas en nuestro código genético, podemos educarlas para
convertirlas en aliadas y no en enemigas. La asignatura de Educación Emocional
y Creatividad puede servir para formar personas con más recursos internos, que
dispongan de herramientas para hacer frente a los retos que la vida les
depare. Algunas de estas herramientas se llaman autoconocimiento, asertividad,
automotivación, empatía, resiliencia, optimismo; en definitiva, habilidades
para la vida que pueden ayudar a los alumnos a resolver problemas de tipo
emocional para los que no les va a servir una fórmula matemática.
También es cierto que, al
ser una asignatura impartida en unas horas concretas por una persona concreta,
puede suceder que se dejen pasar situaciones en el día a día del colegio
en las que se debería actuar y responder por parte del profesorado de cualquier
materia. Antes de un examen, durante la práctica de un deporte, en el recreo,
en un conflicto en el comedor pueden ser momentos donde se impartan y aprendan
grandes lecciones de educación emocional. Si queremos un abordaje ideal de la
educación emocional, ésta debe hacerse de forma transversal, debe impregnar el
currículo, para que todos los docentes se sientan corresponsables de la
formación integral de las personas que tienen a su cargo, que no sólo son
alumnos, sino, en primer lugar, personas en proceso de formación.
Por otra parte, para
implantar una nueva asignatura, compleja e importante como ésta, es necesario
formar a los docentes para que se sientan competentes a la hora de impartirla,
a la vez que ellos mismos trabajen su propia educación emocional. Se enseña más
con el ejemplo que con datos. Veo con satisfacción el esfuerzo de muchos
docentes por trabajar la educación emocional dentro de sus aulas a pesar del
currículo, que cada año les presiona más, y a pesar de la falta de valoración
de familias e incluso compañeros, que piensan que es más importante conseguir
un buen nivel en el Informe Pisa que ayudar al proceso de formación de la
personalidad de los alumnos.
Como dijo James Heckman,
Premio Nobel de Economía en 2000, "la inversión en educación emocional
podría redundar en una mejora de la calidad y la productividad de los recursos
humanos de un país". Podemos hacer una gran apuesta para incluir la
educación emocional en las aulas de todo el país. Sólo hace falta diseñar un
itinerario realista que permita la formación de los docentes y un seguimiento
adecuado.
* Begoña Ibarrola es
psicóloga y escritora.
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