La crianza es un tema que
provoca muchísimos debates. Padres y madres que se enfrentan a la tarea más
difícil y apasionante de sus vidas: educar seres humanos felices. Antes se
decía hombres de provecho, ahora la preocupación va más hacia derroteros más humanos
y más íntimos: la felicidad, que sean adultos seguros, responsables, felices. Seres
humanos íntegros.
Los actuales padres tienen
en general una característica común: leen mucho sobre pedagogía, infancia,
educación, se interesan por la crianza de una manera mucho más consciente que
hace décadas. Y esto parece que es, en cierto modo, porque muchos profesionales
de la pedagogía se esfuerzan por publicar cada vez más sus conclusiones sobre
cuáles son las mejores maneras de educar a los niños.
Durante mucho tiempo se tuvo
una idea del niño como un ser manipulador y caprichoso que se tiraba al suelo
si no conseguía lo que quería. Estamos hablando de dos, tres, cuatro años, que
es cuando comienzan a sentarse las bases en las relaciones paterno filiales.
Parece que muchos padres ya han entendido por fin que los niños lloran con
rabia porque no saben expresarse de otra manera, no controlan el lenguaje,
muchísimo menos sus emociones. No son manipuladores, son ignorantes en el
sentido menos insultante de la palabra. Lo ignoran todo porque son
pequeños.
La bofetada no es útil
Muchos padres hacen
verdaderos esfuerzos por no perder la calma ante situaciones de sumo estrés
como son las rabietas de los más pequeños. Lo que ellos no saben es que
hacer eso, no perder la calma, es una victoria en sus relaciones de ahora,
mañana y siempre. Por eso, la bofetada a tiempo no es útil, no es buena,
agrede, física y emocionalmente al niño, como explica Olga F. Carmona, Psicóloga
Clínica, experta en Psicopatología de la Infancia y la adolescencia por la
Asociación de Medicina Psicosomática y Psicología Médica y codirectora de
Psicología CEIBE.
—¿Pegar a los hijos es
maltratarlos? Mucha gente justifica la educación con bofetadas con la famosa
frase «una bofetada a tiempo…».
—Primero habría que
preguntarse: ¿Qué es a tiempo? ¿A tiempo de qué? ¿De quién? ¿Quién se está
equivocando? ¿Quién no está haciendo lo que nosotros queremos que haga? ¿Quién
nos grita? Porque en ese caso, cada vez que alguien (eso sí, a quien amemos
profundamente) se equivoque y haga aquello que nos parece mal, o nos levante la
voz, o nos contradiga, o no obedezca, por favor, les invito a que lo «maltraten
a tiempo». Da risa o estupor. O ambas.
—Si alguien llega a su
consulta con un caso así ¿qué le propone?, ¿lo debate?
—Más que debatirse debe extinguirse. De
la misma manera que durante años estuvo socialmente bien visto en la cultura
colectiva española que gritar o incluso dar una bofetada a tu mujer era lo normal
y, hoy por hoy, quedan pocos que lo consideren lo normal, nuestra
responsabilidad como profesionales, como padres y como seres humanos es
trabajar para extinguir de nuestra cultura que cualquier forma de violencia sea
válida.
—¿Por qué?
—No es ético, no es moral y
además, no funciona.
—Entonces, una bofetada no
educa…
—No, de manera rotunda. Una
conducta no cambia a través de la violencia y un cachete es violencia. Si se lo
damos a un adulto (la idea nos rechina, nos parece inconcebible) sería
violencia. Si se lo damos a un niño... ¿no? Es más débil, más vulnerable, tiene
menos información y somos su referente, su filtro, su mundo. Y su mundo no
debe agredirle.
Es un espejismo doloroso
—Sin embargo, hay padres que
dicen que les funciona.
—Lo creen porque obtienen la
conducta deseada pero tengo que decirles que es un espejismo, y un espejismo
doloroso. Lo que ese niño está haciendo es responder a unas expectativas
por miedo, para evitar el golpe, no aprende nada acerca del porqué no
debe hacer tal o cual cosa. Pero es aún peor, a través del cachete interioriza
que el cachete es válido (aunque duela) y lo repetirá para con otros en sus
diferentes manifestaciones. El cachete al niño tiene otras presentaciones, es
la ofensa a la pareja, es el abuso de poder del jefe… El niño, de aprender
algo, aprende que la violencia es una herramienta válida, aunque sea
sólo en algunas ocasiones de «baja intensidad». El aprendizaje de esta premisa,
se ha interiorizado.
—¿Realmente por qué lo hacen
los padres?
—Porque obedecen a un
impulso. El cachete tiene que ver con un impulso no con una estrategia
planificada que tiene un fin, el de educar. Ningún padre, o casi ninguno,
planifican dar un cachete o una bofeteada como parte de un plan. Suele
ser producto de la impotencia, de la falta de control y de recursos, del
cansancio, del bloqueo y también, lo voy a decir, de haberlo recibido. Así
que brota de nuestro interior cuando el campo está abonado para ello. Es
verdad, a veces los niños nos llevan al límite. Es nuestra responsabilidad
aprender a no reaccionar. Somos los adultos, somos los educadores. No somos
otro niño que responde con igual pérdida de control. Estamos (o deberíamos)
ofreciendo modelos de conducta. Si perdemos el control y agredimos, también le
estamos dando un ejemplo, negativo.
Se puede cambiar la conducta
—¿Cómo ayuda a esos padres?
Porque muchos se sienten después muy mal…
—Invito a cambiar el
paradigma: ¿Qué tal si en vez de justificar mi agresión para no admitir mi
falta de control o de recursos, me perdono y me comprometo a no volver a
agredir a mis hijos? Si opto por lo segundo me estoy dando la oportunidad de
cambiar sin fustigarme y a ellos la oportunidad de ser educados desde la
conciencia.
—¿Escucha con frecuencia la
expresión «A mí me pegaron alguna que otra bofetada y aquí estoy tan normal»?
—Sí, muchas veces y siempre
me viene a la cabeza preguntarme ¿quién serías de no haber recibido esos
cachetes? Cuántas batallas internas, conscientes o no, has tenido que librar y
cuánta energía has dedicado a eso, y cuántos de esos cachetes no se reflejan en
tu trato hacia ti mismo y hacia los otros.
Sirva a modo de ejemplo un
estudio de la Academia Americana de Pediatría, en el cual se obtuvieron
datos de 34.000 personas adultas norteamericanas. Las conclusiones revelan que
aquellas que fueron tratadas en su infancia con tratos tales como empujones,
bofetadas, gritos, desarrollaron trastornos en la edad adulta. Con el tiempo,
aquellos que recibieron un «cachete a tiempo» fueron más propensos (entre
el 7% y el 4%) a conductas antisociales, dependencia emocional y
paranoias.
Desde la pedagogía, la
psicología y otros campos que estudian el comportamiento humano nos llega
información más que suficiente sobre las consecuencias de un modelo educativo a
abolir, caduco, pernicioso, lesivo, que ve al niño como un ser inferior al que
hay que adiestrar. Si como padres y educadores, tomamos caminos
alternativos, basados en el respeto profundo y en el amor, nos haremos
mejores personas en el intento y, con toda seguridad, ayudaremos a formar
mejores seres humanos, no contribuyendo a codificar un sistema impregnado de
violencia.
No debemos confundir firmeza
con agresión. Podemos y debemos ser padres y educadores firmes, que
establezcan un marco de juego conjunto y ofrezcan pautas, pero siempre desde la
coherencia, la prevención, el respeto y la empatía. El “cachete” nunca es a
tiempo.
GEMA LENDOIRO / MADRID
Día 23/11/2013
ABC.