Hace mucho tiempo,
ochocientos años para ser exactos, existió un rey llamado Gengis Kan. Era un
militar extraordinario, que al mando de unos cuantos miles de jinetes, armados
apenas con espadas, arcos y flechas, prácticamente había conquistado toda Asia.
Y ello en un lapso tan breve, que un ejército tan breve, que un ejército
moderno, con sus divisiones motorizadas y sus aviones bombarderos, difícilmente
habría podido igualarlo. Pero aunque era un hombre genial y temerario, a menudo
se dejaba arrastrar por la crueldad, y gobernaba el imperio más grande de la
tierra con una extraña mezcla de romanticismo y de terror. Si un día se
admiraba frente a las esplendorosas ciudades de la china, al poco tiempo
provocaba incendios y matanzas, con cualquier pretexto, en varias regiones de
Persia. el destino de millones de criaturas, sujeto como estaba a su ánimo
cambiante, cada día giraba y daba vueltas como un par de dados en sus manos. De
esta forma la mitad del mundo conocido, que no era otra cosa que su imperio, se
regía por la bárbara ley de la incertidumbre y el azar.
A Gengis Kan le parecía que
esta era una forma natural de gobernar. Su corazón era una gran reliquia de un
tiempo primitivo, y nada hubiera hecho por cambiarlo, de no ser porque un día
que descansaba de sus guerras, mientras cabalgaba en lo profundo de un bosque,
fue presa de su propia pasión y su violencia.
Aquella mañana había salido
de caza acompañado de sus generales y sus amigos y seguido de los criados, los
cuales sujetaban a una ruidosa jauría de perros. Era una expedición alegre y
relajada, cuyas risas y ladridos se elevaban a las ramas, espantando a las aves
a su paso, como si ahuyentara el alma colorida de los arboles. Pero más allá de
esta algarabía. el halcón preferido del rey volaba y daba vueltas a lo lejos,
vigilando los rincones secretos de aquel bosque. Había sido tan perfectamente
amaestrado y estaba tan unido a Gengis Kan, que a medida que planeaba aleteaba,
el gran rey sentía que sus propios ojos cabalgaban por el cielo. El ave buscaba
siervos y conejos, para lanzarse a la velocidad del rayo sobre ellos, como una
flecha emplumada salida del arco de su hamo dotada de voluntad y de
pensamiento.
Aquel día, sin embargo, no
habían hallado los animales que esperaban, y los cazadores regresaban fatigados
con las últimas luces del crepúsculo. Gengis Kan se había apartado y marchaba
por su cuenta, cabalgando lentamente en busca de un arrollo pues el calor de la
jornada había sido intenso y había secado su garganta. Sagradamente frecuentaba
aquel bosque en sus días de descanso, al igual que un fiel acude misa los
domingos, y conocía todos sus senderos, como las líneas de la palma de sus
mano.
A varios metros por encima de su cabeza, el halcón lo acompañaba en su camino,
trazando majestuoso sus figuras, como un alegre y suave pensamiento.
Corría por aquel entonces un
tórrido verano, y al llegar al pie de una colina, en vez del arroyo que
buscaba, el rey sólo encontró una roca y un hilo de agua que goteaba, Se apeó
entonces de su caballo y tras tomar una copa de plata de su morral, la sostuvo
con paciencia bajo el agua. Las gotas caían lentamente, y cuando al fin logró
llenar el recipiente, se lo llevó a los labios, dispuesto a beberse el agua de
un solo trago. Sin embargo no alcanzó a probarla, pues en ese momento la copa,
al igual que un pez entre sus manos, saltó violentamente y cayó al suelo. El
halcón había pasado como una ráfaga de viento, y tras volcar el contenido de la
copa, se había elevado nuevamente y se había posado en la cima de la colina.
El rey se hallaba tan
sediento, que no presto atención al incidente e intento recoger agua de nuevo.
No era un hombre muy paciente, y esta vez sólo espero a que la copa estuviera
medio llena. Sin embargo antes de que pudiera dar el primer sorbo, nuevamente
el halcón descendió como una flecha, y como si fuera otra de sus presas, sujeto
con sus garras para luego dejarla caer. Realizó después una extraña pirueta en
el cielo y finalmente volvió a posarse en alto de la colina.
_ ¡Pajarraco insolente! Más
vale que no vuelvas a acercarte. La próxima vez te aplastare como a un insecto
_gritó colérico el rey, y en seguida recogió bruscamente la copa mientras
murmuraba toda suerte de maldiciones. Luego la acerco de nuevo hasta la boca
esta vez buscando desafiar al ave, que sin duda -se decía en medio de su
ofuscación- se había buscado lo que se esperaba.
Y en efecto, una vez recogió unas pocas gotas en su copa, se la llevó a los
labios, fingiendo que se disponía a beber, al tiempo al tiempo que con la otra
mano sacaba su espada de cinto. No tuvo que esperar mucho tiempo para que el
ave volviera a descender, y con sus garras extendidas le arrebatara la copa por
tercera vez.
¡Amigo halcón, tú te lo has buscado!
gritó Gengis Kan, y con un rápido movimiento de su espada, como si quisiera
hacer una herida en el cielo, hizo un tajo en el aire que rasgo de lado a lado
a su ave favorita. Luego, sin siquiera fijarse en el cuerpo muerto y sangrante
que ahora yacía en sus pies, busco la copa con sus ojos, para darse cuenta que
había caído entre unas rocas, donde le era imposible alcanzarla.
-Sea como sea voy a beber- se
dijo en voz alta. En un extraordinario alarde de energía, escalo entonces la
colina hasta la cima, tan rápida y ágilmente que pareció subirla en un solo
salto. Sabía que arriba muy cerca, se hallaba el manantial donde nacía el
arroyo, y sólo le bastó avanzar unos cuantos pasos para verlo. Aunque el calor
lo había secado también aún quedaba un charco de agua, por lo que el rey corrió
hasta el ávidamente, dispuesto a saciar su sed de una vez por todas.
No alcanzó, sin embargo a
inclinarse, pues algo lo detuvo de pronto y le hizo sentir que el alma se le
escapaba del cuerpo. Se quedó pálido, congelado. Allí, frente a este charco de
agua, cuyas ondas deformaban el reflejo de su rostro, estaba teniendo una
visión aterradora. Sentía que las nieblas de su mente, formadas por su sed y
por su cólera, súbitamente se dispersaban. En su cabeza, una y otra vez, ahora
se repetían las imágenes de la sangrienta injusticia que había cometido.
-¡Amigo halcón, que he hecho
contigo!- se lamentó. Y de inmediato se llevó las manos a la cara, negándose a
seguir viendo el agua del charco, en donde el cadáver de una serpiente, cuya
boca entreabierta parecía formar una amarga sonrisa, aún dejaba escurrir, negro
y espeso, un hilillo de veneno._ ¡Me has salvado la vida, y yo te pague de
aquella forma!.
Abatido el rey descendió la
colina y tomo en sus manos el cuerpo del halcón muerto para llevárselo con él.
Regreso luego en su caballo, pidiendo mil veces perdón mientras cabalgaba y
prometiéndose que jamás volvería a actuar cegado por la furia y no seguiría
rigiendo su imperio con un gobierno lleno de sufrimientos.
Contesta con sinceridad las
siguientes preguntas sobre el cuento anterior:
* ¿Porque crees que Gengis
Kan se llevó al halcón a su cabalgata por el valle?
* ¿Cómo se sintió e
emperador mongol después de haber matado a su fiel halcón y que aprendió de
este triste suceso?
* ¿Crees que el halcón de
esta historia es un ejemplo de responsabilidad?
* ¿Qué mensaje y que
reflexión puedes sacar de esta historia?
* ¿Qué significa para ti el
valor de la responsabilidad?
REFLEXIÒN
Solo las personas que
cumplen con sus tareas, asumen sus deberes y tienen el carácter suficiente para
afrontar sus compromisos, son dignas de confianza. Para ser buenos padres,
ciudadanos, estudiantes, profesionales,
Amigos, es necesario conocer
el valor de la RESPONSABILIDAD, pues quienes no hacen su trabajo a conciencia,
ni responden por sus actos ni cumplen tampoco con sus compromisos adquiridos,
hacen mucho daño a quienes los rodean, a la sociedad y a sí mismos.