Gabriel, era un niño que
vivía en el centro de un pueblo lejano de los Andes. Un día, después de mucho
tiempo, llegó de visita el tío Julián desde la Capital trayendo algunos regalos
para sus sobrinos. Esa tarde tomando el lonche, Gabriel se enteró que su tío
tocaba en una banda de música. Abrió los ojos como si hubiera visto un
fantasma, se emocionó tanto que le rogó a sus padres que lo dejaran ir con su
tío a la capital. Julián estaba de vacaciones y quiso probar suerte tocando en
el grupo pero la mamá se opuso rotundamente porque iban a empezar las clases.
El tío necesitaba un guitarrista en el grupo y prometió a su hermana traer
pronto a su sobrino si le daban permiso para viajar.
Esa noche había luna llena y
el paisaje y la frescura de la noche hicieron salir de la casa por un momento a
Gabriel y su tío, mientras conversaban. De pronto pusieron atención al paso del
tren que a lo lejos paraba cada cierto tiempo recogiendo muchos pasajeros que
hacían turismo en la provincia. El tío le dijo a Gabriel: “Mira el tren que
está pasando. Ve a toda esa gente que sube y baja. La vida es así, como un tren
lleno de oportunidades. Si no las tomas tú, otro vendrá y la tomará por ti.
Para algunos, las oportunidades pasan una sola vez en la vida y para otros con
un poco de suerte tal vez las tengan más seguido, pero sería un desperdicio
desaprovechar el momento en que estas se presentan. Esta es una oportunidad para
ti. Sin tener que descuidar tus estudios, si te organizas puedes ser un gran
músico, porque las casualidades no existen, recuérdalo”. Los papás del muchacho
escuchaban la conversación sin que Gabriel y su tío lo supieran. Al día
siguiente los papás dejaron ir al niño pues comprendieron que tal vez le
estarían arrebatando la oportunidad de su vida.
Anónimo
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